26 DE MARZO: MÁS TE CONOZCO MÁS TENGO FE.

Juan 11, 1-45 “Jesús se puso a llorar.” 

El Hijo de Dios también lloró porque era humano. Sentía igual que tú y yo, aunque de seguro más profundamente; también sufría y tenía compasión por su pueblo, por nosotros, por el mundo entero.  

Cuando perdemos a alguien en esta vida, como hijos de Dios, tenemos la fe de que ellos vuelven a la casa del Padre a ser felices y a vivir eternamente. Creemos que su alma va al cielo y que es ahí donde se convierten en ángeles que nos protegen del mal, del peligro. Habrá quien se ría de mi manera de pensar, pero está bien, todos deben tener su opinión propia sobre las cosas de Dios, sobre la fe en Jesucristo y el amor hacia María, su madre. Conozco personas que me preguntan si aún sigo creyendo en el cuento de Jesús y les digo que sí, que conforme más lo conozco, más creo en Él.  

Conocer a Dios y su verdad de vida eterna nos lleva a la felicidad, a reconocernos personas virtuosas, capaces de entender la vida y la muerte. Dios, dueño de la vida, creador del universo, sabía que Jesús nos daría un ejemplo de fe. Nos estaba preparando para cuando alguien que amamos muere, y aun si a veces creemos que el mundo se acaba, no es así; es cierto que nos duele mucho porque ya no lo veremos más, pero empezamos a vivir con la esperanza de la vida eterna, que nos hace comprender que el dolor va a ser pasajero, y que vamos a atesorar todos los momentos que vivimos junto a esa persona y no la dejaremos morir en nuestro corazón. 

 Ante el dolor de la muerte de su amigo Lázaro, Jesús lloró, pero tenía la verdad de la resurrección de su lado y desde entonces no debemos tener miedo a la muerte, porque estaremos siempre vivos en el corazón de quien nos ama y en esa vida eterna en la que creemos. 

Propósito de hoy: Hacer una oración por las personas que se nos adelantaron en el camino a la casa del padre y pedir por su eterno descanso.