26 de noviembre: Orando por nuestras familias.

Lucas 21, 34-36 “Estén alerta, para que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente.” 

Que nada entorpezca nuestra mente, porque en nuestra mente se crean nuestros pensamientos y nuestras emociones. No entremos en el juego del poder, del yo quiero tenerlo todo, del soy invencible; porque entonces vamos a caer en tentaciones y vicios que lastiman al corazón y que se niegan a la aceptación del Cristo Resucitado. 

En ocasiones nos encontramos con familias destrozadas, que han perdido la paz cuando algún miembro de la familia ha caído en un vicio o se encuentra en una depresión tal, que se refugia con las personas equivocadas, que falsamente les ofrecen cariño solo para conducirlos al consumo de drogas o a cosas aún más difíciles. La familia entera vive y sufre también con ellos, les cuesta trabajo entender y aceptar que ellos no han podido ayudar lo suficiente, para que sus familiares enfermos se sobrepongan a su malestar.  

Debemos orar más, platicar más con Dios, pedir por la salud y el bienestar de nuestras familias, de nuestros amigos, del mundo en general. A veces no está en nuestras manos sanar la vida de las personas, pero lo que sí está en nuestras manos es evitar hacerle daño a los demás, querer ser siempre un reflejo del amor de Dios, tener fe de que Dios nos está ayudando a nosotros y a ellos, a quienes tanto amamos en nuestras familias. Abramos el corazón para cambiar nuestra vida y poder ser mejores seres humanos con los demás, llenos de bondad y compasión; poder expresarnos con honestidad y verdad para que el amor de Dios llene nuestros espacios vacíos. 

Propósito de hoy: Abrazar a nuestros hermanos y recordarles lo importante que son en nuestra vida.