LUCAS 13, 31-35. “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”
Bendito eres, que vienes a mi casa en nombre del Señor.
Serás siempre bienvenido si llegas a casa de alguien con Dios en el corazón. ¡Qué bien se siente que te reciban con alegría! A ti, ¿Cómo te reciben cuando vas de visita? Llegas y las personas se alegran al verte o se sienten incomodas. Y tú, ¿Cómo recibes a quien llega a tu hogar?
¿Cómo se sentirá Jesús si llega a tu casa y no le abres la puerta? Abrir la puerta es abrir el corazón. Es con el corazón que sentimos y crecemos en las virtudes que Dios ha puesto en nosotros. Hay ocasiones que no entiendes esto de las virtudes, o que definitivamente te consideras una persona vacía de virtudes. Pero, estás equivocado. Todos estamos llenos de bondad, de amor, de caridad, de generosidad y de mucho más, pero no lo sabemos ver, o aceptar. Vamos por la vida tan de prisa, que nos perdemos las oportunidades de desarrollar nuestros dones, de sentirnos en confianza para descubrirlos y compartirlos con los demás. El amor y el perdón son pieza fundamental del rompecabezas de nuestra vida; entre las alegrías y las tristezas o el regocijo y el dolor, perdonar nos libera y amar nos salva.
Nunca sientas que por tus acciones Dios deja de amarte; no. Él siempre está ahí para perdonar y para amar. Y es precisamente por tu arrepentimiento, que obtienes la gracia de venir en el nombre del Señor. Sentirnos bienvenidos o rechazados es responsabilidad nuestra, no del otro. Porque el otro te va a tratar como tú lo tratas a él, la mayor parte del tiempo. Ser una persona amable y agradecida, te abre las puertas a muchos lugares, y te invita a esforzarte más. Pero ser una persona déspota y grosera, no te va a llevar muy lejos ni aquí, ni en el Reino de Dios.
Siempre es un buen momento para cambiar y convertirnos en alguien que venga en nombre del Señor.
Propósito de hoy: Si tienes oportunidad de visitar a alguien y detener tu reloj para charlar un momento.