28 de septiembre: Alegre voy a casa.

Lucas, 9, 57-62. “El Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar su cabeza”. 

Llegamos a casa después de un día de trabajo o de escuela y queremos sentir que llegamos a un lugar donde nos espera alguien alegre que va a compartir con nosotros los alimentos y la charla del día a día. ¿Qué sensación tienes cuando vas a llegar a casa? Alegría, miedo, flojera, emoción. ¿Quién te espera?. Tus padres, tu pareja, tus hijos, tus amigos…nadie. Jesús por lo peculiar de su vida, tenía muchos hogares, y ni uno a la vez. Él viajaba solo o acompañado la mayor parte del tiempo y llegar a casa, era llegar al final del día y pensar todo lo que había sucedido, tal vez emocionado, o con miedo, o alegre, o triste. Yo creo que a veces nos sentimos como Él. 

Llegar a casa debería ser sentirnos bien y también sentirnos seguros. El hogar es donde se siembra, donde pacientemente se espera y donde se cosecha; es donde tenemos nuestra confianza de bienestar, donde alguien nos va a abrazar y consolar; donde mis hermanos o primos van a compartir conmigo la alegría o la tristeza de ese día, es donde voy a tener un refugio. 

¿Tienes donde reclinar tu cabeza?. Ese lugar al que te gusta llegar cada día y saberte contento de estar ahí con las personas que amas, o en una soledad sin vacío. Somos nosotros quienes debemos crear ese lugar de amor y de armonía. Cuando creemos que le corresponde a nuestros padres o abuelos, o a alguien más hacer que nuestro hogar sea “El lugar”, estamos confundidos: ¡cada uno de nosotros tiene ese cometido!. La alegría con la que hacemos las cosas en casa es contagiosa y a veces no nos damos cuenta de lo importantes que somos para que las cosas funcionen en armonía, pero cuando lo sabemos, todo gira alrededor nuestro como debe ser, y entonces estamos felices de regresar a casa, porque sabemos que ahí es nuestro refugio para reclinar la cabeza.  

Propósito de hoy: Has de tu casa un hogar al que quieras regresar siempre.