29 de marzo: Ser camilleros del amor

Jn 5, 1-3.5-16

El agua que sana de la piscina de Betesda. Cristo cura al enfermo en sábado.

“No tengo nadie quien me meta en la piscina cuando se agita el agua”. ¡Qué terribles palabras!. Ojalá que nadie de nuestro “mundo” esas “cinco personas” que forman mi mundo, repitan esas palabras: “No tengo a nadie”.  Como decíamos el año pasado con este evangelio, hay que ser camilleros del amor. Hay mucha gente a nuestro alrededor enferma, ya sea física, espiritual o moralmente. Hay que llevarlos a la piscina, a la Iglesia, a los sacramentos, al corazón. Toda persona necesita saberse y sentirse amada. El amor es la mejor medicina para todo mal. Todos queremos ser apapachados. Todos, en algún momento de la vida, del día, de la semana, del mes, estamos como ese paralítico, “paralizados en la camilla” y necesitamos del buen amigo, del compañero, que nos cargue y nos lleve a la piscina, es decir, nos saque de nosotros mismos, de “mi camilla” – flojera, vanidad, orgullo, mal humor, negativismo, pesimismo, bajón emocional- y me lleve a la piscina donde se agita el agua. El agua viva del amor, del optimismo, de la paz, de la esperanza. Ahora bien, hay días que yo soy el paralítico y otro que soy camillero del amor. No importa cuál rol nos toque, lo importante es que nos rodeemos de camilleros del amor. Quien da amor, recibe amor. Hay que saber dar y dejarse recibir.

Propósito: hoy ser camillero de amor con alguien de “mi mundo”.