7 de marzo: Soy amada, muy amada.

Mateo 25, 31-46

Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Todo lo que hagamos o dejemos de hacer, todo lo que digamos o no digamos, es al mismo Cristo que se lo hacemos o se lo decimos. En esta Cuaresma se habla mucho del sacrificio, del ayuno, pero en sí el mejor sacrificio está en ser lo que tenemos que ser: verdaderos hijos de Rey. Hijos de un Padre amoroso que “literalmente” se desvive porque cada uno de nosotros se sienta, se crea, se sepa amado. Nosotros tenemos que vivir con esa certeza: saberme amada. Si vivo así, tratare a los demás con amor, con respetó, me atrevería a decir que con admiración. Aprovechemos este tiempo de conversión para darle un giro al corazón y empezar a mirar a los demás con amor y servirlos con caridad. Como decíamos al inicio de esta Cuaresma, la mejor limosna es dar de lo que abunda el corazón: amor.

Propósito: hoy amar y servir al otro y hacerlo con una sonrisa.