20 de diciembre: Vaciarnos para llenarnos de Dios

Entramos ya a los últimos días previos a la Navidad. Seguimos descubriendo los secretos del Gran Misterio.

El secreto del pesebre: la pobreza

La sociedad, el mundo nos ha hecho ambiciosos. Ciertas ambiciones son legítimas. El problema es la ambición que se torna insaciable. El gran secreto del pesebre fue la pobreza espiritual, el desprendimiento interior. 

Siempre he tratado de imaginar la historia del pesebre; una historia que, sin duda, fue de más a menos. Empezó siendo un tambo limpísimo, idóneo para almacenar agua, aceite o vino. Más tarde fue contenedor de combustible o aceite. Después lo destaparon para llenarlo de grano –trigo, garbanzo o maíz–. Un poco más rodado y abollado, se convirtió en tambo de basura. Muchos golpes después, picado y maltratado, cuando ya no servía para otra cosa, lo pasaron por la sierra y, partido por la mitad, dejó de ser tambo y empezó a ser pesebre, en el que colocaron paja para vacas y bueyes. 
Quizá nunca imaginó, que llegaría a ser el primer sagrario de la historia, después de María. El pesebre nos recuerda que muchas veces se es más feliz y afortunado siendo menos que más; que el camino de la ambición no lleva a ninguna parte.

Propósito: regalar algo no material a los miembros de mi familia.