16 de diciembre: Apagar los sentidos para conectar con Dios.

Empezamos las últimas dos semanas del camino a Belén. Vamos a descubrir los secretos del Nacimiento.

El secreto de María: el silencio

Dos necesidades básicas nos definen: hablar y ser escuchados. Y ahora mucho más con –celulares, redes sociales, blogs, whats, etc.– Tendencia natural a hablar + tecnología = sociedad hiperparlante. Supongo que más de alguno habrá ya querido gritar «¡Basta; cállense todos!».

 María nos  dice su secreto: su silencio. Ella, la gran co-protagonista de la Navidad; la que tendría tanto que decir, tanto que contar, guarda silencio, medita. Según la narración evangélica del nacimiento de Jesús, en esos momentos María no dijo una sola palabra. Su silencio fue el mejor modo de acompañar el acontecimiento más grande de la historia. Ningún sonido, ninguna canto de cuna hubiera estado a la altura del momento. Por eso, se dice, nada es más solemne que el silencio.
 El silencio de María no fue superficial. Fue el espacio para reflexionar, profundizar y contemplar: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc. 2, 19) El silencio tiene capas. Hay un silencio “exterior”, importantísimo. Consiste en saber “apagar” los estímulos sensoriales. Cuánto bien nos haría a todos tener al menos 10 minutos de este silencio al día. No siempre es posible. Los silencios más profundos son los de la memoria, para evitar malos recuerdos y purificar el pasado; los de la imaginación, para no anticipar desgracias; los de la susceptibilidad, para no “atar demasiados cabos” y sentirnos víctimas de todo mundo, etc., etc. Adquirir la disciplina del silencio no es fácil, pero el fruto bien vale la pena. El silencio es un guardián del alma: donde se encuentra Dios y el hombre.

Propósito: buscar 5 o 10 minutos de silencio para encontrarme con Dios.