Lunes 31 de mayo: La Visitación de la Virgen María a Santa Isabel

Hoy el evangelio nos propone el Magnificat el canto de gratitud de la Santísima Virgen. Yo hace un par de años escribí mi propio Magnificat. Se los comparto, es muy personal, así que espero y no escandalizar a nadie. Es también algo largo así que hay perdonaran. Les invito a que hoy tomemos un tiempo para escribir/recitar nuestro propio Magnificat.

Mi alma proclama la grandeza del Señor porque ha mirado la pequeñez, la debilidad, la miseria de esta su criatura. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador por que mi miseria se topó con su gracia y llego Su misericordia. Me liberaste del poder de las tinieblas, devolviste vida a mi alma, despertaste mis sentidos, me sacaste del abismo profundo en el que me tenían sumergida los enemigos de mi alma. Y hoy Señor rotas ya las cadenas del pecado puedo gozar de mi libertad y cantar a una voz: el Señor ha hecho en mi Maravillas y su nombre es Santo.

Juntos señor hemos recorrido el mundo y en el me haz mostrado la miseria humana. La miseria material, el abonado, la marginación, la inmundicia, el hambre, la maldad; por otro lado también en ese recorrido me haz mostrado la miseria humana, que es la soledad, el vacío interior, la carencia afectiva, la falta de amor, el egoísmo, la soledad, la ambición. Ante esta visión del mundo Señor bien sabes que en un inicio no lo tomé muy bien. Me costaba mucho ver los dos tipos de miseria, mi pequeñez me impedía ver más allá, me impedía ver Tu Mano, Tu designio, Tu rostro.

Poco a poco con el pasar del tiempo te me fuiste revelando en ese moribundo o en esa chica  suicida, ambos pedían consuelo, cariño, comprensión. Veía tu rostro en ese pequeñín mal nutrido o en aquella joven anoréxica, los dos pedían satisfacer su hambre, el pequeñín pedía un pedazo de pan y la joven pedía amor. Te encontré en el prisionero por asesinato y en el joven prisionero de las drogas y el alcohol, prisioneros que sólo tu amor y gracia podrían romper las cadenas que los ataban y que sus almas pudieran encontrar la libertad que tanto anhelaban. Te encontré en la sonrisa de aquel chiquillo choreado, descalzo, y aquella joven llena de ilusión en busca de sí misma. Ambos corazones jóvenes, entusiastas, alegres que con toda sencillez se abrían a tu amor, a tu palabra. Encontré tu rostro en el enfermo postrado en una cama, y en la joven paralizada por su egoísmo; Tu rostro Señor lo encontré y lo sigo encontrando en todo aquel que clama al cielo ya sea por un pedazo de pan o por un abrazo y sonrisa sincera.

También, en este recorrido por el mundo, me enseñaste que la miseria no está pelada con la gracia, sino todo lo contrario, la miseria es necesaria para que la misericordia pueda actuar. La miseria, tanto física como espiritual, es el imán que atrae la misericordia, el amor, la comprensión, la entrega, la generosidad, la paciencia, la bondad, la dulzura, es la miseria que te hace presente en toda TU GLORIA. Fue primero en mi propia miseria que yo te encontré, saliste a mi encuentro cuando estaba completamente desvalida, cubierta en llagas y sumergida en un abismo de pecado y obscuridad. Saliste a mi encuentro, limpiaste mis heridas, curaste mi llagas, sanaste mi corazón. Soplaste y diste vida a mi huesos, volviste a soplar y le devolviste el aliento a mi alma.  Poco a poco fuiste fortaleciendo mi voluntad, formando mi corazón, iluminando mi inteligencia. Desde entonces jamás me haz abandonado sino todo lo contrario, cuando  estaba yo algo ya más fuerte me lanzaste a una misión.

Y ahora Señor juntos seguimos recorriendo el mundo pero ahora yo con una misión renovada y fortalecida de ser transmisora de tu Misericordia. Crear momentos, experiencias en donde el hombre en su miseria se pueda encontrar contigo, con tu gracia y así pueda encontrar como yo, ese abrazo de misericordia que devuelve la vida y da aliento al corazón.